lunes, 20 de abril de 2009

Tolkien, su hijo y Roverandom

Autor: Juan José Dobles

En el verano de 1925, Michael Tolkien (quien entonces tenía tan sólo cinco años) perdió en la playa de Filey su juguete preferido: un perro en miniatura hecho de plomo y pintado en blanco y negro. Este sería el origen de uno de los cuentos infantiles más hermosos escritos por el Profesor Tolkien, para quien sus hijos eran su más grande tesoro y mayor fuente de inspiración. La historia de cómo fue escrito Roverandom nos permite asomarnos dentro de la cálida pero apartada vida de la familia Tolkien y, sobre todo, en la hermosa relación creativa que J R R Tolkien mantenía con sus cuatro hijos.

El nacimiento de Roverandom no es un caso aislado. Tal vez una de las creaciones más emblemáticas inspiradas por los hijos de Tolkien ha sido Tom Bombadil, el cual nace como una forma de salvar al poco querido muñeco holandés que el Profesor había regalado a Michael pero que apareció un día dentro del inodoro “de manera misteriosa”. También podemos ver a Christopher, tercer hijo del Profesor, ayudando a su padre a crear y cartografiar el vasto mundo de Tierra Media.

Pero volvamos a la historia del perrito Rover. En el verano de 1925 John (primero de los hijos Tolkien) tenía ocho años, Michael rondaba los cinco, Christopher tenía menos de un año y Priscilla… Bueno, a Priscilla aún le faltaban cuatro años para aparecer en esta historia. El Profesor Tolkien era un padre de familia de poco más de treinta años y acababa de ser nombrado profesor de anglosajón en Rawlinson y Bosworth, Oxford, manteniendo su empleo anterior en la Universidad de Leeds. Tolkien siempre fue un hombre de familia y aunque estaba encantado con su nombramiento, también entendía que esto significaría apartarse un poco del hogar durante algún tiempo, mientras lograba estabilizarse en su nuevo puesto. Quizás fue su deseo de recompensar a sus hijos por las largas horas que no les podría dedicar como antes por lo que decidió llevarse a toda su familia a la playa de Filey, en la costa de Yorkshire, lugar que aún hoy es muy popular entre los turistas.

Los Tolkien planeaban quedarse por tres o cuatro semanas, para lo cual el Profesor alquiló una casita que había pertenecido al administrador de correos local y que se encontraba en lo alto de un acantilado desde donde se podía ver la playa y el mar. El espectáculo natural de aquel alejado rincón encantó a los niños. John en particular quedó fascinado con la aparición de la Luna Llena sobre el mar. Al Profesor le gustaba pasear por la playa junto con John y Michael, quien siempre llevaba su perrito de plomo a todo lado.

En uno de estos paseos, el niño puso su perrito sobre la arena para poder jugar con su hermano mayor a lanzar guijarros al mar, pero al volver a la casa, la excitación del momento lo hizo olvidar su juguete en la playa. A pesar que Tolkien y sus hijos lo buscaron durante dos días seguidos, el perro nunca fue encontrado. Ante el continuo llanto del pequeño, el Profesor comienza a idear una explicación a la desaparición que pueda consolar a su hijo.

El primer bosquejo de esta narración nos cuenta la historia de Rover, un perrito de verdad que tras morder al brujo Artajerjes es convertido en juguete. Luego es comprado por un niño muy parecido a Michael, perdido en la playa y enviado por el hechicero de la arena Psámatos Psamátides a vivir extraordinarias aventuras en la Luna y en el fondo del Mar.

Lo más seguro es que este relato se contara en partes, como era usual en el Profesor Tolkien, ante un público formado por su esposa y sus hijos. Esto lo podemos concluir gracias a una breve entrada de su diario citada en la Introducción de Roverandom (edición de Minotauro, 1998):
“Se terminó el cuento de Roverandom, escrito para divertir a John (y a mí mismo a medida que fue creciendo)”.

En la introducción al libro también se menciona lo extraño de esta cita, pues deja pensar que fue John y no Michael quien mostró más interés en la historia. A Tolkien le encantaba esta manera episódica de narrar porque les permitía a sus hijos retroalimentar la historia. El mismo diario de Tolkien es confuso en las acotaciones que hace con respecto a su viaje a Filey, pues el Profesor no llevó su diario al viaje y todas las referencias fueron escritas mucho después del regreso.

Poco después de la pérdida de Rover, la costa de Filey fue azotada por una poderosa tormenta. Posiblemente Tolkien aprovechó el terrible clima para narrar historias a sus asustados hijos. El recuerdo de esta tormenta está presente en Roverandom cuando Rover (llamado Roverandom por el Hombre de la Luna para diferenciarlo de su propio perro Rover) y el perro del mar despiertan a la gran serpiente marina:

“Y era tal el alboroto que a lo largo de todas las costas del mundo la gente pensaba que el mar rugía con más fuerza que de costumbre. ¡Así era! Y la serpiente de mar seguía revolviéndose todo el tiempo, intentando obsesivamente llevarse la punta de la cola a la boca”. (Roverandom)

Incluso John Tolkien recordaría ya siendo adulto cómo la historia de Rover comenzó a ser contada durante aquella tormenta para calmarlos y hacerlos olvidar el rugido del viento y las olas que golpeaba el acantilado donde estaba la casa donde se alojaban.

Pero la versión escrita de este cuento es muy posible que no se escribiera hasta dos años después. No existe un manuscrito fechado que nos permita saber de cuándo datan las primeras versiones de Roverandom, pero sí varios dibujos fechados todos en septiembre de 1927. En ese año la familia Tolkien volvió a vacacionar cerca de la playa, esta vez en Lyme Regis. Todos los dibujos fueron creados a partir de Roverandom, por lo que es creíble que Tolkien los hiciera para ilustrar la historia que estaba plasmando por fin en papel, inspirado quizás por la brisa marina de Lyme Regis que le recordó las vacaciones de 1925.

En la versión de Minotauro aparecen las cuatro ilustraciones de Tolkien: El Dragón Blanco persigue a Roverandom y al Perro de la Luna, dedicada a John Tolkien; Casa donde Rover empezó sus aventuras como juguete, dedicada a Christopher Tolkien; Jardines del Palacio de Merking; y otro dibujo sin nombre en el que aparece Rover llegando a la Luna en la gaviota Mew. (También aparece un paisaje lunar que está fechado en 1925 y que quizás fue pintado durante las vacaciones en Filey.)

Otra razón para pensar que 1927 fue el año en que Tolkien escribió Roverandom es la aparición del Hombre de la Luna en Las Cartas del Hombre de Navidad de ese año, como invitado de Papá Noel en el Polo Norte.

Roverandom tiene muchas referencias interesantes a otras obras de Tolkien, incluyendo la Tierra Media. Durante uno de los largos paseos de Rover junto a la vieja ballena Uin se describe una tierra abrumadoramente familiar:

“…después atravesaron los Mares Sombríos y llegaron a la Gran Bahía del País Hermoso (como lo llamamos), más allá de las Islas Mágicas; y contemplaron el último Occidente de las Montañas del Hogar de los Elfos y la luz de Faëry sobre las olas. Roverandom creyó ver un retazo de la ciudad de los Elfos en la colina verde debajo de las Montañas, un destello blanco en la lejanía…” (Roverandom)

En 1936 Tolkien le presentó Roverandom a su editor Stanley Unwin aprovechando el entusiasmo de este por la pronta publicación de El Hobbit. Aunque la historia pasó el visto bueno del joven hijo de Unwin, Rayner (quien también había aprobado El Hobbit), nunca llegó a publicarse. Algunos sostienen que el éxito de la historia de Bilbo Bolsón y la petición de la editorial de una continuación habría sido la razón del olvido del pobre Roverandom en una gaveta.

Fue hasta 1998, 70 años después de su creación, cuando la editorial Harper Collins le sacudió el polvo a la historia y la publicó, editada por Christina Scull y Wayne G. Hammond, autores también de Tolkien: Artista e Ilustrador, obra que enfoca la creación pictórica poco conocida del Profesor Tolkien. Esta edición (traducida al español por Minotauro también en 1998) no sólo trae el relato de Roverandom, sino que también reproduce los cinco dibujos pintados por Tolkien para la historia.

Como último detalle hay que destacar el uso de palabras “complicadas” dentro de esta historia infantil. La razón de esto es muy sencilla: para el Profesor Tolkien el idioma era algo tan hermoso y tan lleno de vida que no creía que existieran palabras que debieran negárseles a los niños sólo por parecer demasiado elaboradas. Más bien todo lo contrario: es obligación de todos los padres enseñar nuevas palabras a sus hijos constantemente para que ellos forjen un amor por el léxico. Como escribió en abril de 1959:

“Un buen vocabulario no se adquiere leyendo libros escritos de acuerdo con el criterio que alguien tenga del vocabulario de determinado grupo de edad. Se adquiere leyendo libros que estén por encima de ese nivel” (Cartas de J R R Tolkien, pág. 349).

El nunca ver a los niños como tontos o poco preparados para el idioma es la mejor prueba de cuanto los quería Tolkien, empezando por los cuatro diablillos que tenía en su propio hogar.

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