Autores: Juan José Dobles y Will Mora
De entre todos los personajes femeninos creados por J R R Tolkien dentro de su obra, Morwen Eledhwen, madre de Túrin Turambar, ha alcanzado un lugar especial en la literatura universal, al lado de las protagonistas de grandes tragedias clásicas como Clitemnestra, Electra y Medea. En Morwen encontramos un personaje firme ante un destino terrible que alcanzó uno por uno a cada miembro de su familia. Su historia es de sufrimiento y dolor, pero también de fuerza y temple.Morwen nació en Dorthonion dentro de la heroica Casa de Bëorn. Era hija de Baragund, nieta de Bregolas, y por tanto pariente cercana de Beren Erchamion. Era alta de talla y de cabellos oscuros. Se dice que había tanta luz en su mirada y que su rostro era tan hermoso que los Hombres comenzaron a llamarla Eledhwen, "la de élfica belleza". Pero su temple era algo severo y orgulloso y no mostraba interés por hombre alguno de Dorthonion. Allí vivió hasta el desastre de la Dagor Bragollach, cuando Morgoth quebrantó el sitio de Angband y tomó el control de aquellas tierras. Junto con muchos refugiados huyó hasta Dor-Lómin, y se dice que desde entonces una nostálgica tristeza se asentó en lo profundo de su mirada.
En Dor-Lómin la conoció Húrin, Señor del país, quien pronto se enamoró de ella y la cortejó. Morwen se casó con Húrin y le dio un hijo en el año en que Beren llegó a Doriath y conoció a Lúthien Tinúviel. Este primogénito fue llamado Túrin. Dos años después Morwen le dio también una hija a quien llamó Urwen, pero todos los que la conocieron la llamaron Lalaith, que significa “Risa”. Pero quiso el destino que Lalaith viviera poco y le fuera arrebatada a sus padres por las terribles garras de la Peste cuando apenas tenía tres años. Grande fue el dolor de Morwen y también el de Túrin, quien amaba tanto a su pequeña hermana. Y era aún mayor el dolor pues la Peste era obra de Morgoth.
Durante la infancia de Túrin, fue Morwen quien lo crió y educó, pues su padre pasaba largos períodos fuera de casa con el ejército de Fingon que guardaba las fronteras orientales de Hithlum. Cuando Túrin tenía ocho años se comenzó a hablar de una guerra total contra Morgoth. Húrin traía noticias alentadoras a casa desde el frente y le contaba a su familia de los planes que Maedhros concretaba con los demás señores élficos. Y aunque Morwen no contradecía a su esposo, su corazón se afligía pues su pueblo conocía muy bien el Hado de los Noldor.
Fue así como Húrin partió a la guerra y fue capturado por Morgoth en la Nirnaeth Arnoediad. Morwen, quien estaba embarazada de su tercer hijo, se quedó sola con el pequeño Túrin mientras el Señor Oscuro les cedía Dor-Lómin a los Orientales para que esclavizaran a sus habitantes. Temiendo por la vida de su hijo, Morwen decidió enviarlo a Doriath, a la corte del Rey Thingol, en compañía de algunos de sus sirvientes. Su hijo le pidió a Morwen que también fuera con ellos, pero ella aún esperaba que Húrin volviera y debido a su embarazo una travesía tan larga hubiese sido fatal.
Así fue como Túrin abandonó Dor-Lómin, y Morwen se quedó sola y apesadumbrada. Pero los Orientales la dejaron en paz, pues ella les inspiraba temor y creían que era una bruja con amistad de los demonios blancos, como llamaban a los elfos.
A principios del año que siguió a la partida de Túrin, Morwen dio a luz a una niña, a la que llamó Nienor, que significa “Luto”. De la vida de Morwen en Dor-Lómin tras la partida de Túrin se sabe muy poco. Entre lo que se conoce sabemos que tenía la ayuda de Aerin, una pariente de Húrin que había sido obligada a casarse con un oriental de nombre Brodda, quien proclamaba el señorío sobre todas aquellas tierras. Posiblemente el orgullo de Morwen la hubiese movido a rehusar tal ayuda, pero la situación era terrible y debía velar por el bienestar de su pequeña niña.
También se sabe que Thingol mantuvo contacto con Morwen durante largo tiempo mediante mensajeros secretos, hasta que los mensajeros ya no regresaron a Doriath y Thingol ya no envió más. A través de este canal Morwen había logrado enviarle a Túrin el Yelmo de Hador.
Muchos años pasaron, y Morwen no huyó de Dor-Lómin hasta que el camino hasta Doriath fue nuevamente seguro y Nienor tuvo la edad suficiente para hacer el viaje. Esta calma era producto de la valentía de Mormegil de Nargothrond, quien no era otro que Túrin que ya había pasado por grandes desventuras producto de la maldición que Morgoth lanzara sobre los hijos de Húrin.
Morwen fue a Doriath, donde supo que su hijo se había ido hacía años y que su paradero era incierto. Grande fue el dolor de Morwen, quien esperaba reunirse por fin con su primogénito. Thingol y Melian acogieron a madre e hija con honores dentro de su Corte, mas el paradero desconocido de su hijo nunca dejó de angustiar a Morwen.
Fue entonces cuando Túrin dirigió al ejército de Nargothrond contra las tropas de Morgoth que invadían desde el norte. Pero en el campo de Tumhalad el gran gusano Glaurung los aplastó con facilidad, y Nargothrond fue saqueada, y Túrin se dirigió desesperado de vuelta a Dor-Lómin, pues las mentiras del dragón le hicieron creer que su madre y hermana aún estaban allí y corrían gran peligro.
Después de la caída de Nargothrond muchos refugiados llegaron a Doriath, y así supo Morwen que Mormegil no era otro más que Túrin. Y desesperada, decidió ir a la ciudad en ruinas esperando saber algo de él, aún en contra de los sabios consejos de Thingol y Melian. Thingol envió entonces un grupo de guerreros al mando de Mablung para que escoltaran a la dama. Pero entre aquellos guerreros se escondió Nienor que fue en pos de su madre. Al revelarse la presencia de la joven dentro del grupo, Morwen le ordenó regresar a Doriath, pues sabía que el viaje era peligroso. Nienor se negó a obedecer insistiendo en no dejar sola a su madre. Así fue como Mablung tuvo que aceptar llevar a ambas mujeres, y como poco a poco el siniestro destino que Morgoth lanzara sobre la familia de Húrin comenzaba nuevamente a hilar la tragedia.
Al acercarse a Nargothrond, Mablung condujo al grupo hasta Amon Ethir, la Colina de los Espías, y allí le pidió a Morwen y su hija que aguardaran mientras él iba a las ruinas de la ciudad para ver si eran seguras. Junto con ambas mujeres se quedaron 10 guardas cuya misión era protegerlas.
Pero Glaurung todavía estaba en la ciudad y al ver al grupo reunido en la colina, salió de su oscuro refugio y los atacó en medio de una intensa niebla. Muchos guerreros fueron malheridos y otros murieron cuando sus caballos corrieron enloquecidos ante la arremetida del dragón. El caballo de Morwen también enloqueció y salió corriendo en medio de la niebla, y nadie la vio de nuevo más que una sola vez.
Del paradero de Morwen tras el ataque de Glaurung no existe pista alguna. Y su desaparición y la pérdida de Nienor en el bosque fueron lloradas en Doriath, y Melian supo entonces que Morgoth era el responsable de aquellas desgracias.
Pero estas no fueron las últimas. Y el cruel destino de los Hijos de Húrin por fin llevó a la muerte a Nienor y Túrin, como se narra en la Narn I Hin Húrin. Y una roca fue levantada en Cabed-en-Aras, rememorando la tragedia de ambos hermanos. Y el lugar fue llamado desde entonces Cabed Naeramarth.
Húrin finalmente fue liberado después de veintiocho años de cautiverio. Anciano y lleno de dolor, pues Morgoth le había mostrado el destino de sus hijos, vagó por Hithlum y las Crissaegrim. Y allí en sueños escuchó la voz de Morwen que lo llamaba desde el bosque de Brethil. Por tanto se dirigió a aquel lugar. Llegando a Cabed Naeramarth, vio la piedra marcando el lugar de la muerte de sus hijos.
"Pero Húrin no miró la piedra, pues sabía lo que allí estaba escrito; y además había descubierto que no se encontraba solo. Sentada a la sombra de la piedra había una mujer, inclinada y de rodillas; y mientras Húrin la miraba en silencio, ella echó atrás la destrozada capucha y levantó la cara; tenía el pelo cano y era vieja; pero de pronto las miradas de los dos se encontraron, y él la reconoció porque aunque había espanto y frenesí en los ojos de ella, aún conservaba la luz que mucho tiempo atrás le había ganado el nombre de Eledhwen, la más orgullosa y bella entre las mujeres mortales de antaño.
-Has venido por fin -dijo ella-. He esperado demasiado.
-El camino era oscuro. Vine como me fue posible -respondió él.
-Pero has llegado demasiado tarde -le dijo Morwen-. Se han perdido.
-Lo sé -dijo él-. Pero tú no.
Pero Morwen dijo: -Casi. Estoy agotada. Me iré con el sol. Queda poco tiempo ahora: si lo sabes, ¡dímelo! ¿Cómo llegó ella a encontrarlo?
Pero Húrin no respondió, y se sentaron junto a la piedra y no volvieron a hablar; y cuando el sol se puso, Morwen suspiró y le tomó la mano, y se quedó quieta; y Húrin supo que había muerto. La miró en el crepúsculo, y le pareció que las líneas trazadas por el dolor y las crueles penurias se habían borrado en el rostro de Eledhwen...
...Se dice que un vidente y arpista de Brethil llamado Glirhuin compuso un canto en el que decía que la Piedra de los Desventurados nunca sería mancillada por Morgoth, ni nunca caería, aun cuando el mar anegara la tierra, como en verdad más tarde acaeció; y todavía Tol Morwen se yergue sola en el agua más allá de las costas que fueron hechas en los días de la cólera de los Valar.”
(El Silmarillion, De la Ruina de Doriath)