Autor: Juan José Dobles
En la navidad de 1920, el pequeño John Tolkien de apenas 3 años de edad recibió una carta muy especial. Se trataba de una carta llena de color y con vistosos dibujos proveniente directamente del Polo Norte. Su autor: Papá Noel. O al menos esto es lo que decía en el sobre.
En realidad la carta era un regalo del Profesor Tolkien a su primer hijo. Por aquellas fechas ya había nacido el segundo hijo de Tolkien, Michael, quien tenía dos meses de edad. Tolkien decidió que era importante acercar a sus hijos a la fantasía y pensó que la mejor forma de hacerlo era creando para ellos todo un mundo mágico relacionado con la Navidad. Lo que no está claro es si el Profesor Tolkien estaría consciente que aquella carta sería tan sólo la primera de una serie que se extendería todos los años hasta 1943.
Tras la muerte del Profesor en 1973, la segunda esposa de Christopher, Baillie, se dedicó a la tarea de reunir las cartas que aún estaban en posesión de los hermanos Tolkien. El resultado fue la publicación en 1976 del libro Letters from Father Christmas (Cartas del Hombre de Navidad), el cual apareció simultáneamente en Londres bajo la firma de Allen & Unwin, y en Boston, bajo la de Houghton Mifflin. En este libro se reproducen las cartas a partir de 1925, algunas en facsímil. Además se incluyen las hermosas ilustraciones que las acompañaban, algunos sobres decorados y hasta los “timbres del Polo Norte”, cuyo valor es en “kisses” (besos).
A través de estas cartas podemos ver el gran amor que J. R. R. Tolkien guardaba por sus cuatro hijos. En 1924, cuatro años después de iniciada esta bella tradición, nació Christopher, quizás su más cercano colaborador en la conformación de Tierra Media. En 1929 nace Priscilla, su última descendiente.
Cada carta narra las aventuras de Papá Noel en el Polo Norte mientras prepara la entrega de regalos de cada año. En un principio las historias eran sumamente sencillas e involucraban tan sólo al propio Papá Noel y a Karhu, el oso polar. Este último era el responsable de la mayoría de los accidentes que se narran en las cartas y que propician las aventuras.
Sin embargo, pronto las historias se llenaron de nuevos personajes: los dos desastrosos sobrinos del Oso Polar, los elfos de la nieve, los gnomos verdes y rojos, los malvados duendes (goblins) y el elfo-secretario de Papá Noel, Ilbereth, quien de vez en cuando escribía fragmentos de las cartas en “Tengwar”.
Las historias también se fueron haciendo más complejas y reflejaban en ocasiones los acontecimientos que ocurrían alrededor de la familia Tolkien. Es por ello que en 1931, cuando la familia Tolkien sufre los efectos de la terrible crisis económica, el Hombre de Navidad les cuenta a los niños que no puede llevar todos los regalos que le han pedido ya que “en todo el mundo existe una espantosa cantidad de personas que son pobres y padecen hambre”. En 1933, cuando el régimen Nazi llega al poder en Alemania, el Polo Norte es atacado por los terribles duendes. Durante la Segunda Guerra Mundial las cartas se tornan un tanto tristes, pues la guerra provoca muchos inconvenientes para Papá Noel, quien incluso llega a perder a algunos mensajeros que trataban de traer noticias de Europa.
Aunque las cartas fueron escritas en papel, la tradición de la familia Tolkien implicaba que cada carta era leída en voz alta por el Profesor delante de su esposa e hijos durante la mañana de Navidad. Esta reunión familiar casi siempre era acompañada de leche y galletas.
Algunas de las historias nacerían exclusivamente de la mente del Profesor Tolkien. Otras serían respuestas a preguntas que los niños Tolkien le escribían a Papá Noel. A través de algunas vemos incluso atisbos del resto de la obra de Tolkien: el ataque de los duendes a los talleres de Santa recuerdan muchos de los pasajes de la guerra entre elfos y orcos en El Señor de los Anillos o El Hobbit. El nombre de Ilbereth es muy similar al epíteto “Elbereth” utilizado por los elfos de Tierra Media para referirse a Varda, la Reina de los Valar. Incluso la utilización de las formas de escritura características de los elfos crea una especie de relación mágica entre ambas obras.
En la carta escrita en la navidad de 1927, el Hombre de la Luna (personaje del cuento Roverandom, el cual Tolkien comenzó a escribir precisamente durante ese año) es invitado por Papá Noel al Polo Norte. Allí bebe más aguardiente de la cuenta mientras come pastel de ciruela y juega al “dragón”. Luego se queda dormido y es empujado por el Oso Polar debajo del sofá, donde permanece hasta el día siguiente. Durante su ausencia, en la luna aparecen dragones que levantan tal humareda que provocan un eclipse y obligan al Hombre de la Luna a volver de prisa a su hogar.
Gracias a estas cartas vemos una faceta del Profesor Tolkien llena de humor, ternura y reflexión, en donde trata de dejar hermosas enseñanzas en el corazón de sus cuatro hijos. Si con El Señor de los Anillos Tolkien buscaba crear una mitología para Inglaterra, con las Cartas del Hombre de Navidad el Profesor consigue crear una pequeña mitología para su propia familia.
La última carta fue entregada a la familia Tolkien en 1943 y estaba dedicada a Priscilla, quien en ese entonces tenía 14 años (John tenía ya 26 años, Michael 23 y Christopher 19). En ella, el Hombre de Navidad les pide a los Tolkien que nunca olviden cómo soñar y que dediquen cada momento de sus vidas a hacer el bien. Mediante un mensaje de esperanza les dice que a pesar de todo lo malo que puede estar ocurriendo en el mundo (la Segunda Guerra Mundial se extendería aún por otros dos años) nunca se debe perder la capacidad de creer en un mejor futuro. Por último se despide afirmándoles que no deben sentir preocupación por él y sus amigos, “pues el Polo Norte está muy lejos de las guerras de los hombres, y el viejo Oso Polar siempre mantendrá a raya a los duendes bribones”.
La última carta fue entregada a la familia Tolkien en 1943 y estaba dedicada a Priscilla, quien en ese entonces tenía 14 años (John tenía ya 26 años, Michael 23 y Christopher 19). En ella, el Hombre de Navidad les pide a los Tolkien que nunca olviden cómo soñar y que dediquen cada momento de sus vidas a hacer el bien. Mediante un mensaje de esperanza les dice que a pesar de todo lo malo que puede estar ocurriendo en el mundo (la Segunda Guerra Mundial se extendería aún por otros dos años) nunca se debe perder la capacidad de creer en un mejor futuro. Por último se despide afirmándoles que no deben sentir preocupación por él y sus amigos, “pues el Polo Norte está muy lejos de las guerras de los hombres, y el viejo Oso Polar siempre mantendrá a raya a los duendes bribones”.