Autor: Juan José Dobles
Tan disímil como la amistad de un elfo con un enano. Está es la mejor manera de describir la relación que durante más de cuatro décadas unió a los dos grandes fundadores de la literatura fantástica moderna, John Ronald Reuel Tolkien y Clive Staples Lewis, creadores de los mágicos mundos de Tierra Media y Narnia.Con una breve mirada era fácil distinguir lo diferente que ambos hombres eran entre sí. Tolkien aparentaba mayor edad que la que tenía. Era de estatura baja y mantenía una personalidad introvertida fuera de sus círculos de amistades. Lewis, por el contrario, era un hombre alto, seis años más joven que Tolkien. Su rostro siempre estaba adornado con una sonrisa infantil y era extrovertido. Pero sus diferencias iban más allá de la apariencia. Tolkien era un inglés educado en una conservadora doctrina católica debido a la conversión religiosa de su madre. Lewis era un irlandés nacido en Belfast que, a pesar de ser educado en una firme tradición puritana protestante, se describía a sí mismo como ateo.
¿Cómo es que ambos hombres lograron forjar una amistad tan duradera? La respuesta está en el amor que ambos académicos sentían por las antiguas leyendas e historias mágicas.
El inicio de esta amistad se dio el 11 de marzo de 1926, durante una reunión de la Facultad de Lengua Inglesa de la Universidad de Oxford, en donde ambos trabajaban como profesores. Durante casi un año académico Lewis había sido tutor y orador de Literatura Inglesa, mientras que Tolkien había ostentado el cargo de Jefe de Anglosajón. Lewis escribiría más tarde que Tolkien representaba todo lo que a él le habían enseñado a desconfiar: era inglés, “papista” (es decir, católico) y tras de eso también era filólogo. La primera apreciación de Lewis no fuera muy positiva. “No hay nada de malo en él: sólo necesita una tunda o dos”, escribiría Lewis en su diario refiriéndose a los aires de sabio que asumía Tolkien dentro de los círculos académicos.
Parece ser, sin embargo, que Tolkien tuvo una mejor opinión de Lewis tras ese primer encuentro. Algunos autores como Colin Duriez afirman incluso que la insistencia de Tolkien en acercarse a Lewis se debía a la clara intención del filólogo de convencerlo para que volviera a creer en Dios.
Sea cual sea la razón, Tolkien pronto le llevó a Lewis su hermosa traducción del poema épico Beowulf. Lewis quedó encantado con la traducción. Además, al igual que Tolkien, desde muy niño había cultivado una afición constante por las sagas míticas y la literatura épica medieval. Este hobby los llevó a encontrarse con regularidad en largas tertulias con otros compañeros académicos. Así nació el club literario conocido como Coalbiters (Kolbítar, en islandés), término que se puede traducir como “los que comen carbón”, en alusión a la cercanía con un buen fuego para contar historias.
Es en estas reuniones donde Tolkien le enseña a Lewis sus primeros escritos referentes a Tierra Media. Lewis, al igual que Tolkien, había peleado en la Primera Guerra Mundial, por lo que se sintió conmovido y maravillado por historias tales como La Caída de Gondolin.
A partir de ese momento la amistad de Tolkien y Lewis se consolidó con largos paseos por los caminos boscosos cercanos al Magdalen College (donde vivía Lewis), ratos de tertulia en el pub Eagle and Child y tardes de pesca en los ríos cercanos.
En 1931 Tolkien y Lewis se integran al círculo literario The Inklings (“los que hacen tachones de tinta”), fundado por Tangye Lean y donde comparten con otros importantes intelectuales ingleses de la época como Hugo Dyson, Charles Williams, Warren Lewis y Owen Barfield. Hasta la muerte de Williams en 1945, el grupo se reunía regularmente los martes en la tarde en el cuarto de Lewis en el Magdalen College y los jueves para el almuerzo en el Eagle and Child, donde hacían deliciosas sesiones de té, cerveza, pipas y literatura. Es en este grupo donde madura el mundo de Tierra Media, gracias en gran parte a las críticas que Tolkien recibía de Lewis. Un favor que no siempre logró ser recíproco ya que Lewis insistía en que Tolkien carecía de tacto para decir las cosas y sus críticas más bien terminaban molestando al literato irlandés.
Durante ese tiempo Tolkien hizo todo lo que pudo para lograr convertir a Lewis al Cristianismo. Lewis, siguiendo su visión positivista y académica, rebatió a Tolkien sus creencias confrontándolas con la pasión que el profesor sentía por las antiguas mitologías, lo cual, según Lewis, era una contradicción. La respuesta de Tolkien sería el ensayo poético Mythopoeia, con el cual Tolkien expone su teoría de la Segunda Creación. Tras una larga caminata nocturna al lado de Tolkien y Hugo Dyson, Lewis se da por derrotado. Pocos días después vuelve al Cristianismo. Aunque muy a pesar de Tolkien, no se convierte al Catolicismo.
Su nueva fe cristiana pronto se convierte en uno de sus máximos pilares dentro de la literatura de Lewis, como quedaría constatado en su libro Más Allá del Planeta Silencioso (1938), primera entrega de la Perelandra.
Al mismo tiempo surge para Tolkien la oportunidad de publicar El Hobbit. Como era característico en el profesor sus dudas con respecto a la calidad de su trabajo lo hacen tambalearse en su decisión. Lewis se encargaría de convencerlo.
Más tarde Lewis también sería el responsable de apoyar a Tolkien durante la larga creación de El Señor de los Anillos. No es de extrañar entonces que podamos encontrar reminiscencias de la amistad entre Lewis y Tolkien a lo largo de la saga del Anillo Único: Sméagol y Déagol pescando en un bote en medio del Anduin tal como lo hacían ambos escritores; o la grave y profunda voz de Bárbol, la cual recuerda la manera peculiar de Lewis de impartir clases.
Pero así como la amistad de Legolas y Gimli llegó a estar a prueba en varias ocasiones, así también Tolkien y Lewis tuvieron sus altibajos. Edith, la adorada esposa de Tolkien, veía con muy malos ojos a Lewis, pues consideraba que este manipulaba a su marido a su conveniencia. Por otro lado, Tolkien condenaba la relación de Lewis con la divorciada Joy Davidman.
También las apreciaciones literarias llegaron a separarlos. Tolkien opinaba que Lewis era muy vago en sus descripciones y dejaba demasiados espacios en blanco dentro de sus creaciones. Por su parte Lewis creía que Tolkien era obsesivo en los detalles, impidiéndole al lector el uso de la imaginación. En 1949 Tolkien le lee el primer manuscrito de El Señor de los Anillos a Lewis, quien lo felicita. Sin embargo, cuando Tolkien le da una crítica negativa a Lewis con respecto a su primera historia de Crónicas de Narnia, ambos autores se enfrascan en una discusión que casi lleva a la ruptura de la amistad. Para Tolkien la forma en la cual Lewis imbuyó su novela con un cristianismo evidente contrariaba su propia vivencia de la fe como algo íntimo. Además, Tolkien consideraba que la predica a través de medios literarios debía ser tarea únicamente de los teólogos de la Iglesia.
Tras la publicación en 1954 de La Comunidad del Anillo, Lewis publicó una crítica muy positiva en la revista Time & Tide. Tolkien decide entonces buscar a su viejo amigo para hacer las paces. Gracias a sus amistades en Oxford, Tolkien logra que la recientemente creada Jefatura de Literatura Medieval y Renacentista en la Universidad de Cambridge le sea otorgada a Lewis.
Lewis dedicaría su conferencia inaugural a la fantasía como vehículo para explorar las grandes interrogantes y peligros de la modernidad y la tecnología. Este era uno de los temas más recurrentes de Tolkien durante sus reuniones con los Inklings.
El traslado de Lewis a Cambridge marca un punto de cambio en la relación entre él y Tolkien. A partir de entonces fueron pocas las ocasiones que tuvieron ambos hombres de volverse a ver. El correo se convirtió en su principal forma de contacto, aunque la regularidad de las cartas no sería como pudo haber sido en otros tiempos.
El 22 de noviembre de 1963 C S Lewis muere a la edad de 65 años. Un conmovido Profesor Tolkien asiste a su entierro en Oxford. La pérdida de su viejo amigo lo motivaría para intentar acabar por fin la obra de toda su vida: El Silmarillion.
Así llegaba a su fin una amistad a la cual todos los amantes de la fantasía moderna le debemos prácticamente los inicios del género. ¿Qué habría sido Lewis sin un Tolkien que lo condujera a los caminos de la fe que inspirarían el mundo de Narnia? ¿Qué habría sido Tolkien sin un Lewis que lo convenciera de su capacidad literaria y de publicar la historia de un humilde hobbit de La Comarca? Gracias al poder de la amistad por dicha nunca tendremos que saberlo.